El día de Rafael Correa en que falleció su amigo Hugo Chávez

Crónica
Por Alejandro Álvarez T.
Este martes 5 de marzo fue un día extraño, de esos como cuando intuyes que algo va a suceder y ni de la cama quieres levantarte para escapar de la realidad y no afrontarla. Pero te levantas y sigues, esquivas cualquier situación por si acaso lo que intuyes no sea contigo.
Así inició aquel martes cuando incluso el cielo jugaba a pintarse de colores, de repente gris, de repente celeste y volvía a su gris más intenso. Hasta el cielo intuía que algo estaba por suceder.
A lo lejos comenzaba a hacer su aparición el helicóptero que transportaba al Presidente Rafael Correa, rompiendo el silencio de Portovelo, en la provincia de El Oro. El Mandatario comenzó su martes sobrevolando las zonas afectadas por el fuerte temporal invernal. Aterrizó y como es habitual en Ecuador, el calor de la gente abrigaba al Mandatario quien después de ser reelecto visitó este sector del país.
Hasta ahí todo parecía marchar con normalidad, aunque una sensación de pesadez había en el ambiente, algo que parecía más psicológico que real.
Recorridos por albergues, hospitales, encuentros con la gente, abrazos, fotos, muestras de cariño matizaban el entorno del Presidente Rafael Correa aquel martes.

El reloj marcaba las dos de la tarde, Rafael Correa terminaba de visitar un albergue y emprendió camino hacia el Municipio de Piñas, en el trayecto -no sé si alguien más lo notó, pero en mi caso sí sucedió-, a lo lejos se escuchó la canción “Hasta Siempre Comandante”, de Carlos Puebla. Un elemento más se sumaba a la extraña sensación con la cual había iniciado el día. En el Cabildo, el Presidente realizaría su habitual conversatorio con los periodistas que habían cubierto sus actividades hasta el momento.
Sin embargo, esta actividad no llegó a completarse pues el mal tiempo amenazaba con cerrar los cielos de El Oro con lo cual al Presidente se le imposibilitaría abordar el helicóptero para trasladarse hasta Santa Rosa, así que, pidiendo disculpas a los comunicadores por no poder receptar sus preguntas, el Jefe de Estado tras resumir sus actividades se retiró del lugar.
El transporte aéreo ya esperaba al Mandatario, quien presuroso abordó el helicóptero; el equipo que lo acompañaba hizo lo mismo y así partimos hacia Santa Rosa, quince minutos de vuelo y llegamos al siguiente punto subimos al avión e iniciamos camino a la ciudad de Guayaquil.
Lo celeste del cielo a esa hora había desaparecido, el gris le tomó la posta, las gotas de lluvia iban apareciendo en el camino. El avión comenzó a descender, nos aproximábamos a la Base Aérea, eran las 16:50, aún en el aire a mi celular llegó el mensaje: Murió el Comandante, hoy a las 16:25. Era mi buena amiga Gabriela Materano, venezolana y comprometida con la Revolución de su país. La extrañeza con la que iniciamos el día comenzaba a tener significado.
Sentado a mi lado iba Marco Antonio Bravo, subsecretario de la Secom, a quien conté la lamentable noticia y él, como representante del Secretario de Comunicación en este recorrido, fue quien caminó cinco puestos hacia delante, lugar donde estaba el Presidente y le informó el trágico hecho.
“Presidente, le tengo una mala noticia”, dijo Marco Antonio, el Jefe de Estado algo intuía y le inquirió: “¿Murió Hugo?”, “sí, Presidente”, respondió el Subsecretario. Al instante el Mandatario ecuatoriano se estremeció moviendo su cabeza, como queriendo negar la realidad, fue la primera reacción de consternación y dolor por la muerte del amigo.
«Nicolás (Maduro) me llamó a las tres de la tarde para avisarme que el estado de salud de Hugo era muy grave», comentó el Presidente a Bravo, aquella llamada fue el presagio de lo que vendría.
El día no volvió a estar celeste, el gris nos cobijó. Ya en Guayaquil, al descender del avión y al ir a la sala de espera de la Base Aérea, un pequeño televisor repetía la cadena transmitida por TeleSur en la cual el vicepresidente venezolano, Nicolás Maduro, informaba a su pueblo lo ocurrido y así Rafael Correa reconfirmaba la triste noticia.
Hubo un shock efímero, su rostro expresaba la profunda consternación y pesar, y sus ojos parecían proyectar los recuerdos vividos junto al amigo revolucionario.

Las actividades debían continuar, el siguiente punto era el recorrido por el Sistema Integrado de Seguridad ECU 911, en Samborondón. Con un caminar pausado, sin las fuerzas habituales, Rafael Correa siguió su jornada, pero no pudo finalizarla, el retorno a Quito era prioritario para despedir al amigo desde el Palacio que lo acogió durante las ocasiones que el comandante visitó Ecuador.
De vuelta en el avión, al pie de la ventana en la segunda fila, de vez en cuando la mirada del Presidente Correa se perdía en el firmamento, era como que si en las nubes se formara el rostro del comandante amigo, y la despedida iniciaba desde ese inmenso espacio sideral de la Patria Grande que luego continuaría desde Carondelet.
Parafraseando los versos del cantautor Alí Primera, el Jefe de Estado ecuatoriano dijo en el Salón Amarillo -en aquel mismo lugar donde varias veces Hugo y Rafael firmaron convenios en beneficio de nuestros pueblos y fue testigo de la camaradería entre ambos- a varios periodistas de todos los medios del país y de agencias: “Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos; Hugo Chávez murió por la vida, por la vida de su Venezuela dorada y la Patria Grande”.
Luego vino la promesa y el compromiso de un amigo, hombre e idealista, de aquellos que luchan por el Buen Vivir, el socialismo, la igualdad y la justicia social para con el amigo ya hecho leyenda: “Desde el lugar donde te encuentres, querido Hugo, nuestro compromiso, hoy más que nunca, de no dar ni un paso atrás para cumplir con tus sueños que son los sueños compartidos; los sueños de esa Venezuela libre, feliz, digna, soberana; de ese Ecuador equitativo, justo; de esa Bolivia, Cuba, Nicaragua, de esa Patria Grande como la soñaron nuestros libertadores…mi querido Comandante”, luego de estas palabras en Carondelet se escuchó un prolongado y emotivo aplauso para aquel hombre que ya no tiene cáncer, que ya nada afecta su cuerpo, porque ahora anda por las calles de Latinoamérica hecho pueblo.
Hasta siempre, Comandante Hugo Rafael Chávez Frías